Busan, mi puerta de entrada a Corea

Busan es la segunda ciudad más grande de Corea del Sur, con más de tres millones y medio de habitantes, y posee el puerto marítimo más grande del país, y uno de los más grandes del mundo por tonelaje de carga. Posee varios distritos separados por las montañas que la rodean, por lo que se extiende ampliamente en la región.

Vistas desde la torre. Busan. Agosto 2015


Desde el ferry procedente de Fukuoka se divisaban los edificios más altos de Busan entre una capa de neblina. Al llegar a la terminal internacional de pasajeros del puerto, pasé el control policial, y me detuve en la oficina de información turística del mismo para conseguir un mapa de la ciudad. El puerto se encuentra a unos treinta minutos andando del centro antiguo, donde había reservado el hostal para aquella primera noche. Me orienté sin problemas utilizando la torre de la ciudad.

Vistas de la ciudad desde el ferry procedente de Fukuoka. Busan. Agosto 2015

Busan


Aún no había anochecido en Busan, pero los carteles luminosos reclamaban ya su protagonismo en el centro de la ciudad. Era noche de viernes, y se notaba que aquella zona antigua, repleta de gente a aquellas horas, tenía ambiente de sobra. No obstante, había mal olor en las calles, especialmente cuando pasaba al lado de una alcantarilla.

Zona antigua. Busan. Agosto 2015

Al llegar al hostal hubo un problema. Hice la reserva de una cama en una habitación mixta, pero la web de Ágoda la cambió por una femenina sin darme cuenta. Me dieron dos opciones, compartir una habitación doble con otra persona por el mismo precio, si a ésta no le importaba cuando llegase, o coger una individual para mí solo, por 20.000 won más. Entre medias, un chaval francés hacía las veces de traductor, pues los dueños no hablaban muy bien inglés, y él, que no hablaba coreano, si le hablaban despacio, lo entendía. Al final elegí la segunda opción, primero, porque tenía que esperar a la otra persona y no sabían cuándo llegaría, y segundo, porque quería darme una ducha y salir a cenar algo y dar una vuelta.

Había zonas de la habitación que no estaban muy limpias, pero la cama era cómoda, y tenía mi propio baño, así que era suficiente. El nombre del hostal es Woori Guesthouse Busan, y está en pleno centro antiguo, con todo a mano. La cama en la habitación compartida costaba 23.000 won, que aumentaron hasta 43.000 con la individual. El desayuno estaba incluido en el precio.


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Allí al lado se levantaba el mercado nocturno, en la zona del mercado Bupyeong, también llamado mercado Khangtong. Es un mercado antiguo con historia y tradición, donde se pueden encontrar diferentes mercancías. Como tenía hambre y no sabía muy bien lo que cenar, empecé por comprar un kebab allí mismo. Finalmente, entre en un local y opté por una sopa, algo picante, donde mezclabas varios alimentos, y que tuve que pedir por gestos porque la mujer que me atendió no hablaba inglés.

Seguí explorando la zona. Subí una pequeña colina para llegar al parque Yongdusan, donde se encuentra la torre de Busan, de 120 metros de altura. A sus pies había una zona para enamorados, con miles de candados de colores entrelazados en la valla. Desde allí ya me fui a descansar al hostal.

Desayuné un vaso de café, sin azúcar, porque no lo encontré, un par de tostadas, y un par de huevos que tenía que cocinarse cada uno. Yo me preparé una tortilla francesa sin sal, que tampoco encontré. Había un cartel en el frigorífico que advertía de que sólo se podía coger un huevo por persona. Pero después del cambio de habitación a una más cara, era lo mínimo, y no dudé ni un solo segundo al coger dos.

Me fui a dar una vuelta por la misma zona de la noche anterior, y luego al puerto y al mercado de pescado Jagalchi. En cierto modo, la parte exterior me recordaba a Vietnam, aunque mucho más limpio y organizado, y menos masificado, al menos a esas horas. Fui caminando por todo el distrito, pasé unos minutos al centro comercial de la zona donde pregunté el precio de un Samsung Galaxy S6 libre, por si al comprarlo en el país de origen el precio se reducía. Pero nada, seguía sobrepasando los 700 euros al cambio.

Mercado de pescado exterior. Busan. Agosto 2015

Desde allí volví a la torre del día anterior, donde subí por 5.000 won, disfrutando de unas vistas fantásticas de la ciudad desde el observatorio. Busan era más grande de lo que imaginé, ni siquiera pude ver la mitad de la misma desde allí, algo que descubrí en días sucesivos. Volviendo al hostal, visité también el mercado Gukje.

Torre de la ciudad. Busan. Agosto 2015

Parque del amor a los pies de la torre. Busan. Agosto 2015

Vistas desde la torre. Busan. Agosto 2015

Vistas desde la torre. Busan. Agosto 2015

En las carreteras grandes no suelen haber semáforos con pasos de cebra para los peatones. A cambio, puedes bajar al metro y cruzar al lado opuesto. Y al hacerlo, lo que realmente me sorprendió fue encontrar allí casi otra ciudad, con pasadizos interminables llenos de comercios.

Volví al hostal para hacer el check-out, pero dejé allí la mochila grande para seguir conociendo la zona. Busqué un cajero automático, pero en algunos de ellos me rechazaba la tarjeta. Empecé a mosquearme, pero sin preocuparme, porque tenía otras tarjetas que podría probar y euros que poder cambiar en última instancia. Al final lo conseguí en un 7eleven, después de tener que pagar la comida con la tarjeta. Respecto a estos, son peores que los tailandeses, y ya ni que hablar respecto a los japoneses. Y por peores me refiero a pequeños y con poca variedad de productos.

Al recoger la mochila, me regalaron una botellita de agua totalmente congelada, y caminé una media hora hasta llegar al nuevo hostal que había reservado, por 30.000 won. Era fin de semana de temporada alta, y resultaba algo complicado encontrar un buen hostal económico en la ciudad. Éste estaba en el barrio chino, algo que no sabía hasta que llegué, y aunque la zona común y la habitación estaban bien, los baños eran asquerosos. Su nombre es Cube Guesthouse, y no lo recomendaría sólo por esa razón, porque por ese precio hay mejores opciones en Busan.

Descansé y dejé pasar el resto de horas de calor. Cuando salí, comencé a andar hasta Seomyeon, que estaba a más de una hora de distancia. Luego me dí cuenta de mi error, porque tenía el metro al lado del hostal, pero quería conocer la ciudad, como siempre. Esa tarde y al día siguiente, descubrí que todo lo que no está promocionado como zona turística de la ciudad es totalmente descartable para visitar. Es decir, era feo y nada interesante de ver.

Seomyeon es una zona con centros comerciales y cientos de restaurantes abarrotados de gente. Otra zona de salir, con carteles luminosos por todas partes. Tenía hambre, así que pagué un poco más por una ensalada y un buen filete de segundo. Después paseé por la zona hasta que regresé al hostal en metro.

Seomyeon. Busan. Agosto 2015

Al día siguiente fui directamente hacia el tercer hostal que había reservado esa misma mañana en la ciudad, algo más alejado, aunque más cerca, sin embargo, de zonas nuevas que quería visitar. Al llegar no pude hacer el check-in porque era demasiado temprano, pero el dueño, Kim, se sentó tranquilamente conmigo diez minutos a explicarme todo lo que ver en la ciudad, y cómo ir a cada uno de los lugares. Era muy majo, y realmente se preocupó de que tuviese una estancia agradable, y me ayudó con todo lo que necesité. No puedo por menos que recomendar su hostal, de nombre Kim's Guesthouse, y con un precio de 20.000 won la noche en un dormitorio compartido de ocho camas.

Empecé por lo más cercano, el Museo de Busan, donde explican las invasiones que sufrieron por parte de Japón durante el pasado, incluso habiendo tratados de no agresión de por medio y tildándolos de ser un pueblo violento. Seguro que los japoneses tienen una versión algo diferente. De allí al Cementerio Memorial de la Guerra de Corea. Y posteriormente al comienzo de la ruta de senderismo por la costa que me había recomendado el dueño. Me pareció que estaba más cerca, pero nada más lejos de la realidad. Y estaba algo perdido, y más después de preguntar a un par de personas que prácticamente no hablaban inglés y me guiaron mal.

Bajé hacia el puerto, porque sabría cómo orientarme desde allí, pero no encontré una calle clara por donde llegar a mi destino. Finalmente le hice señas a un motociclista para que parara y poder preguntarle. Tuve suerte de que hablase inglés, incluso estaba entusiasmado con poder hablar conmigo, y empezó a enseñarme fotos de sus viajes a varios países europeos. Me indicó la dirección correcta a seguir, y minutos más tarde, cuando estaba haciendo una foto al puerto, llegó hasta donde estaba para decirme "Jonathan, ¿sabes qué?, el tiempo es oro, así que sube que te llevo". Menudo regalo me hizo, porque si hubiera tenido que caminar toda aquella distancia con el calor que hacía, me habría derretido, que fue básicamente lo que terminó pasándome más adelante.

El lugar se llamaba Oryukdo Skywalk, con una pasarela de cristal en el acantilado. Desde allí hice fotos de las islas Oryukdo, de las que se dice que en la antigüedad formaban parte de la península de Corea. En la más alejada hay un faro. Pregunté en información dónde encontrar un restaurante por allí para comer, y me sorprendió cuando me respondieron que no había ninguno, a pesar de ser una zona muy turística. Así que entré en la cafetería para comprar un café frío y un dulce, con el que aguantar hasta la hora de comer mientras hacía la ruta.

Islas Oryukdo. Busan. Agosto 2015

El problema fue que hacía mucho calor, y la humedad era muy alta allí, así que no paraba de sudar y perder líquido. La longitud de la ruta es de algo más de cinco kilómetros, pero se me hicieron eternos. Pensé que podría hacerlos en una hora como mucho, pero me llevaron casi dos, hasta que cerca del final, encontré una fuente en el parque Igidae donde beber y refrescarme. Toda mi ropa estaba completamente empapada de sudor.

Vistas desde la ruta. Busan. Agosto 2015

Vistas desde la ruta. Busan. Agosto 2015

En el restaurante del puerto me dijeron que ya no servían comida a esa hora, pues eran casi las cuatro de la tarde. Comencé a caminar en dirección al hostal, esperando encontrar una parada de autobús o metro antes, pero encontré un pequeño sitio donde comer. Y fue otro regalo, porque sin hablar apenas inglés, les dije que me pusieran lo que considerasen mejor pero que no fuera picante. Me trajeron un plato con arroz y tortilla francesa y un tazón de sopa, y la sorpresa fue recibir un segundo con trozos de pollo o cerdo frito con una salsa muy buena. Su coste fue únicamente 10.000 won. La noche anterior había pagado unos 25.000 por bastante menos. Es lo que tiene comer en restaurantes pequeños y fuera de las zonas turísticas.

Así que el plan de la tarde cambió en minutos. Pensé que estaba demasiado cerca de una de las playas y zonas turísticas de Busan como para dejarlo escapar, así que fui hacia allí. El paseo fue de más de dos horas, viendo la playa Gwangalli y calles aledañas, con un ambiente que no me gustó demasiado. Turistas, extranjeros y locales, abarrotaban la playa, restaurantes al otro lado de la calle y edificios de apartamentos levantados sólo para ese propósito. Lo mejor de aquel lugar eran las vistas hacia el famoso puente Gwangandaegyo, más conocido como el puente diamante.

Puente diamante. Busan. Agosto 2015

Puente diamante. Busan. Agosto 2015

También había buenas vistas a éste y varios edificios altos con otra arquitectura bien distinta, más moderna, desde otro punto más alejado. Crucé al otro lado del río por uno de los puentes, e intenté ir al Museo de Arte. Aunque seguía abierto a esas horas, habían cerrado ya varias exposiciones, por lo que decidí que sería mejor volver otro día. Allí, rodeando la estación de metro Centum City, se encuentran grandes centros comerciales.

Busan. Agosto 2015

Volví al hostal para descansar del largo día, y cociné pasta con tomate y atún para cenar. Después pedí ayuda a Kim para reservar el ferry de vuelta a Fukuoka, pues había acordado con Asami hacerlo en unos días. Los grandes descuentos que vi con ella si compraba el billete por internet con antelación eran sólo para el trayecto desde Fukuoka. No obstante, el coste de comprar un viaje de ida y vuelta era inexplicablemente más económico que comprar sólo la ida. Es decir, no necesitabas utilizar la vuelta, simplemente comprarlo de esta manera porque era más barato. Esa vez el trayecto sería sólo de tres horas en lugar de seis. El precio fue de 80.000 won, con tasas incluidas, y que pagó Kim muy amablemente con su tarjeta, pues esa compañía no aceptaba las extranjeras. Me dijo que no era la primera vez que lo hacía. Evidentemente, le devolví el coste en metálico.

Y aún habiendo recibido decenas de ayudas desinteresadas en todos los países asiáticos que había visitado hasta el momento, no pude evitar pensar en que si él cancelaba el billete al día siguiente sin penalización alguna, se llevaría mi dinero limpio de polvo y paja. Y eso que me imprimió el resguardo, en el que tuvo que escribir, por cierto, mi nombre también en coreano, valiéndose de los sonidos al pronunciarlo para hacerlo.

Me contó que para ese día en que regresaría a Busan para tomar el ferry había fiestas en Corea del Sur, por lo que me recomendaba realizar ya la reserva del hostal. Y así lo hice, y también la de la primera noche en Seúl. Me explicó también cómo llegar a una de las tres estaciones de autobuses que tiene la ciudad, y los horarios disponibles para ir al día siguiente a la capital.

Al levantarme, fui hacia la estación cercana a Haeundae sin problema alguno y compré el billete hacia Seúl por 26.800 won. Era la mitad del coste que el billete de tren, aunque tarda también casi el doble. Compré algo de comer en un 7eleven cercano, y me subí, comprobando la comodidad y el espacio del autobús, algo que agradecí enormemente. La autopista me pareció una maravilla, con tres y cuatro carriles por sentido y un asfalto impecable.


2ª parte - desde Seúl

El autobús procedente de Seúl llegó a la terminal de autobuses de Nopo, al noreste de la ciudad, pasadas las cuatro y media de la tarde. Cogí el metro y fui directamente hacia el hostal de Kim, donde no tenía reserva, pues llegué un día antes de lo previsto. Por la mañana había comprobado que tenían suficiente disponibilidad, y tenía reserva para la noche siguiente, así que sería lo más cómodo para mí. No recordaba que no tenían cortinas oscuras en las habitaciones, por lo que ambas noches desperté muy temprano. No hice nada, simplemente descansar el resto de la tarde, que no fue mucha, pues después de salir a cenar algo en los alrededores, se me echó la noche encima.

Al siguiente día fui a Taejondae, donde se puede hacer una ruta viendo la costa y acantilados, y donde está el famoso faro. Tan solo una pared de rocas me separaba del océano. Las vistas eran bonitas, pero volví a sudar muchísimo por la elevada humedad, incluso siendo temprano. Fui en el autobús 101 directamente desde cerca de mi hostal, y regresé en el mismo, para entrar al metro e ir hasta la parada de Haeundae, con el mismo nombre que la playa que tiene a escasos metros de distancia.

Faro de Taejondae. Busan. Agosto 2015

Faro de Taejondae. Busan. Agosto 2015

Comí por allí. Había mucha gente en la playa, aunque diría que con un ambiente mejor que en la Gwangalli, y está más abierta al mar, por lo que el agua también parecía más limpia. Caminé a lo largo del paseo marítimo, y desde allí bordeé la costa de la pequeña península que contiene el parque Dongbaek, que también tenía acantilados y otro pequeño faro.

Playa Haeundae. Busan. Agosto 2015

Sirena de Dongbaek. Busan. Agosto 2015

Seguía siendo temprano, pero no me apetecía ir a un lugar con varios templos famosos, por lo que volví al hostal a intentar echarme la siesta, y aunque no conseguí dormir, al menos descansé.

Mi última visita a la ciudad fue hacer un trekking hasta el pico Hwangnyeongsan, entre la ciudad. Caminé la distancia de tres estaciones de metro antes de comenzar a subir una empinada pendiente de dos kilómetros y medio. Desde allí se contemplaba una maravillosa vista hacia la playa Gwangalli y el puente diamante. Me recomendaron verla de noche, por las luces, pero había demasiados coches por allí haciendo lo mismo, sin iluminación en la carretera de subida, así que preferí bajar cuando aún corrían los últimos rayos de sol. Haber cambiado la visita a los templos por esa subida fue todo un acierto.

Vistas desde Hwangnyeongsan. Busan. Agosto 2015

En resumen, Busan es una ciudad enorme con distintas zonas para visitar y que ha sufrido una gran transformación en las últimas décadas debido al desarrollo económico del país. Más allá de los antiguos mercados, las grandes zonas comerciales o los acantilados de su costa, no me resultó una ciudad bonita de ver. Después de más de un mes en Japón, me pareció más sucia, y sus habitantes son menos amables y sonrientes que los japoneses. No obstante, en un viaje por Corea del Sur, es una visita obligada.

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